Sus más preciados momentos recaían sobre la lectura de alguna escritura en la qué aprender a vivir, o a ser. Su alma se había perdido entre tantos escaños que luchaban por salir adelante en ese parlamento que era la vida. En el cual por mucho que hablaran nadie les escucharía, formaba parte de la minoría resignada que rehuía de si misma alejándose en paraderos desconocidos y abusando de los placeres terrenales para dejar de pensar en sus tormentos que aún les perseguían. Miles de almas anonadadas y perdidas en campos vacíos y llenas de penumbra, todas huyen de palabras que les han dañado y de las cuales sólo pueden esconderse respondiendo de la pero manera y es volviéndose como estas. Huyen de un pasado que les persigue con cadenas que les aferran, con los sentidos que les pierden. Son la minoría perdida que nadie entiende, que todos critican quiénes sólo buscan encontrar la paz en un mundo lleno de maldad y de odio. Son el silencio de lo dicho, lo prohibido de los pecados carnales, buscan la lujuria y la vanidad para escapar de sus ojos, de sus mentes. Las percepciones son múltiples ante estos individuos qué suelen encontrarse en laderas mullidas para recostar sus cuerpos, para recalcitrar sus sentimientos, para esconderse de los pensamientos negros y andar sobre las estrellas. Son mentes libres atadas por múltiples cuerdas, que les oprimen y les condenan a vivir intranquilas buscando su estrella en el cielo mientras se arrastran por el suelo. Nunca más se verán capaces de responder afectivamente, se desentienden de todo lo que les haga débiles por miedo a volver a ser dañados y por eso todos se esconden en caras de mezquindad y sobre vanidad.
No son pocos los que pecan por huir de su pasado, son muchos los que aún no saben vivir su presente, y pocos aquellos que disfrutan de lo vivido y se alegran de lo que está por vivir.
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