Bajo
la bruma de la playa se hundía lentamente su cuerpo inerte. No
respondía ni por activa ni por pasiva. Su mente había estallado en
una maratón para llegar a no se exactamente dónde. Su cuerpo
flotaba suavemente y se hundía grácil lentamente. Su corazón,
valeroso y muy dañado, había decidido dejar de luchar por aquello
que no daba ningún fruto. Se había sentido frustrada y derrotada en
una batalla que llevaba años luchando, que llevaba años intentando
finalizar, y que había acabado de la peor forma posible. Todo
aquello mezclado con aquellas tormentosas nubes agitaron el mar, que
embravecido agitaba su cuerpo con furia y lo golpeaba contra las
inmensas rocas que se hallaban en el mar. Contusiones, moratones y
fracturas eran el diagnóstico claro. Parecía que no había nada que
calmara ese mar enfurecido. Las nubes acechaban cada vez más
lóbregas, lejos quedaban ya navíos que pudieran darle un respiro.
Pues navegar en esas aguas era peligroso y ninguna embarcación con
dos dedos de frente se atrevía a entregarse a aquel agua pues
navegar en ellas comportaba unos riesgos demasiado altos. Aquellos
desaires eran locura de más de un marinero perdido que no sabía de
dónde soplaba el viento y porqué había llegado hasta allí...
Calmó
la tempestad bajo un sombrío día. Lentamente la marea fue
arrastrando su cuerpo débil casi sin vida. Sus palpitaciones
menguaban a cada segundo, su respiración se apagaba... El silencio
se apoderó de su mente, y una renegada melodía hizo que su corazón
retomara un latido, lento pero continuo. Era pues un sonido
deteriorado, una melodía a contra tiempo, un sol sostenido en una
escala de do.
Sin
prisa pero sin demora se desentumeció su cuerpo, sus músculos
retomaban su fuerza lentamente. Aún era débil pero no se sentía
sola. A su lado tenía aquella dulce pero complicada melodía que le
recordaba que a cada paso que daba hacía delante estaría un poco
más cerca de dónde quería llegar. Las huellas que iba dejando
calaban hondo en la fina arena, que se desvanecía con el soplo del
viento. En sus ojos la persistencia y el desasosiego creaban una
atmósfera férrea. En silencio se sentó en una roca y observó el
sol salir. Aquello simplemente era el comienzo de un camino que no
sabía dónde llevaba ni cómo acababa, de un viaje lleno de espinas
y con algunas rosas aún por aflorar. Era simplemente el comienzo de
el viaje a una sonrisa.
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