lunes, 8 de octubre de 2012

El movimiento se demuestra andando.

¿De qué sirve fingir aquello que sentimos? ¿De qué manera podemos alegar que aquello lo pensamos de corazón si no lo demostramos?
En un sin fin de desengaños amorosos mi corazón empieza a estar un tanto turbulento, odio afirmarlo pero empiezo a estar cansada de intentar ser una buena novia y no recibir más que golpazos en la cara. No soy mala persona, no quiero hacer nunca daño a nadie - aunque algunas veces por errores y malas decisiones lo haya echo- simplemente necesito que alguien ponga tiritas en mi corazón, antes pensé que podías ser tú el que arreglara este embrollo y me hiciera más y más feliz pero últimamente sólo tengo ganas de fundirme en la tierra, de morir lentamente, de volver a desaparecer. Tu frialdad y tu falta de cariño me matan un poquito más cada día y odio pensar que esto quizás no funciona y no nos va bien. El silencio que otorgan tus palabras me atraviesa cual espada punzante en mi corazón, quizás no es vida para mi la de sirvienta de la corte, pues prefiero ser princesa de cualquier trotamundos ilustrado. No quiero reinos, ni dinero, ni palabrería, quiero saber, cultura, ganas, curiosidad, quiero descubrir un mundo nuevo. Sentir todo aquello que nunca pude, el rasguear de una guitarra española en mis oídos, tocar la arena con mis pies, sentir el viento, el frío, el calor, volver a sentir tu cuerpo contra el mío, tus labios contra mi piel. Todo eso que me erizaba y me dejaba relajada, tranquila, me hacía sentirme fuerte tenaz.
Todo eso se ha desvanecido tras tu máscara fugaz... Quiero que vuelva ese caballero que solía recitarme dulces versos al son del compás, que me acompañaba en los momentos peligrosos y en los gloriosos.

Quiero que vuelvas.