martes, 4 de marzo de 2014

Bajo la bruma de la playa se hundía lentamente su cuerpo inerte. No respondía ni por activa ni por pasiva. Su mente había estallado en una maratón para llegar a no se exactamente dónde. Su cuerpo flotaba suavemente y se hundía grácil lentamente. Su corazón, valeroso y muy dañado, había decidido dejar de luchar por aquello que no daba ningún fruto. Se había sentido frustrada y derrotada en una batalla que llevaba años luchando, que llevaba años intentando finalizar, y que había acabado de la peor forma posible. Todo aquello mezclado con aquellas tormentosas nubes agitaron el mar, que embravecido agitaba su cuerpo con furia y lo golpeaba contra las inmensas rocas que se hallaban en el mar. Contusiones, moratones y fracturas eran el diagnóstico claro. Parecía que no había nada que calmara ese mar enfurecido. Las nubes acechaban cada vez más lóbregas, lejos quedaban ya navíos que pudieran darle un respiro. Pues navegar en esas aguas era peligroso y ninguna embarcación con dos dedos de frente se atrevía a entregarse a aquel agua pues navegar en ellas comportaba unos riesgos demasiado altos. Aquellos desaires eran locura de más de un marinero perdido que no sabía de dónde soplaba el viento y porqué había llegado hasta allí...

Calmó la tempestad bajo un sombrío día. Lentamente la marea fue arrastrando su cuerpo débil casi sin vida. Sus palpitaciones menguaban a cada segundo, su respiración se apagaba... El silencio se apoderó de su mente, y una renegada melodía hizo que su corazón retomara un latido, lento pero continuo. Era pues un sonido deteriorado, una melodía a contra tiempo, un sol sostenido en una escala de do.

Sin prisa pero sin demora se desentumeció su cuerpo, sus músculos retomaban su fuerza lentamente. Aún era débil pero no se sentía sola. A su lado tenía aquella dulce pero complicada melodía que le recordaba que a cada paso que daba hacía delante estaría un poco más cerca de dónde quería llegar. Las huellas que iba dejando calaban hondo en la fina arena, que se desvanecía con el soplo del viento. En sus ojos la persistencia y el desasosiego creaban una atmósfera férrea. En silencio se sentó en una roca y observó el sol salir. Aquello simplemente era el comienzo de un camino que no sabía dónde llevaba ni cómo acababa, de un viaje lleno de espinas y con algunas rosas aún por aflorar. Era simplemente el comienzo de el viaje a una sonrisa.

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