martes, 20 de marzo de 2012

La sinfonía de los perdidos.

Sonaba ya la última sinfonía del reparto de su vida. Aterraba sobre la música una crueldad entumecida en notas aglomeradas pretendiendo destacar en un compás irregular. El silencio se prestaba negativo ante la vengativa de las dulces corcheras que no podían remontar ante una negra. La responsabilidad ajetreaba con unas erguidas cadenas contra los cuerpos de los inútiles que recreaban tal dulce melodía que elevaba la autoestima de los pocos oyentes que acudían a tal recital. La sangre brotaba de sus cuerpos consumidos por el miedo, el terror de la pérdida del todo. No podían notarse con tranquilidad los sueños de cada uno de los músicos que formaban esta banda tan peculiar. La sinfonía de las almas perdidas no tenía ya más notas para actuar, la crueldad y la agresividad de aquellos que consideraban que su papel era cuanto menos despreciable atacaba contra su dignidad y su amor, no podían articular palabra alguna. Las muecas de dolor formaban en sus rostros la peculiaridad de lo permitido, huyendo de lo prohibido. El redoble de tambores resalta el paso al qué van avanzando, nadie es consciente de lo que pasa a su alrededor, el dolor ya no tiene voz, ha perdido el significado mientras se disipaba en la niebla. La languidez de los cuerpos vuelve a repetirse sintiendo que han vuelto a aprovecharse de su mente de su bondad. Atacan a su virtud y su respiro, les abandonan en la cuneta de la vida esperando que aquellos que no merecen camino pasen adelante obviando aquello que los demás saben hacer. Ya no importa que ellos entonen la más bella melodía, o representen el bello fervor de la vida, que pongan en su trabajo horas y tiempo. Ya no importa que sentimiento corresponda en su mirada, qué es lo que viven o hacía donde quieren ir. Han vuelto a morir.

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