miércoles, 30 de enero de 2013

Las huellas se marcaban como pequeñas heridas en la fría arena de la playa. Su pelo se mecía dulcemente con la suave brisa del viento, sus ojos habían quedado clavados en mi como puñales en el corazón, que ya no latía. Pequeñas y ácidas lágrimas caían por mis mejillas y se perdían en la arena, desaparecían como todo aquello que habíamos decidido matar, como aquellos silencios que habíamos callado, los besos que habíamos encerrado y en general el vacío sentimental que había quedado bañado en aquel mar tan caliente. Mi cuerpo yacía inmóvil, paralizado por el shock emocional que me había causado, mientras su silueta iba volteándose unas nubes oscuras y negras se formaban en el cielo, creando tempestades que vertían sus rayos sobre la playa que iban destruyendo el pequeño camino de unión.

Sopló una ráfaga de viento y se fue el nubarrón, salió un pequeño sol que con sus rayos empezó a hacerme sentir mejor, levanté la vista. Cogí y me levanté, quité todo el dolor que había en mi y decidí empezar a caminar en mi propia dirección. Su brazo me agarró el mío y volvió esa mirada de cuando aun eramos ingenuos, de cuando ni tan sólo conocíamos el dolor. Quise deshacerme de este, pero su brazo rodeó mi cintura, y me giró, vi sus ojos otra vez clavándose buscando algo que no sé. Queriendo desquitar tiempo, queriendo quitar le importancia al momento.

Fueron tus gélidas manos las que en mi crearon un cálido sentimiento de plenitud.

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