martes, 20 de diciembre de 2011

Lienzos

Y aunque entre dudas y curvaturas la vida me estiliza, aún me cuesta comprender cómo debo hacerlo. Pinto sobre un lienzo blanco de nuevo, pero mi mano flaquea, esta vez no quiere hacer sólo una linea recta, equivocarse de nuevo y perderse en lo oscuro. En el suelo varios potes de pintura realzan el color de la lóbrega sala alumbrada tan sólo por una bombilla antigua, y una vieja ventana pequeñita. Al son de una notoria música muy lejana sus ideas se clarifican dejando entrever un bonito corma de colores y sombras, no puedo evitar que entre mis labios se escape una sonrisa alentadora. Bajo el sol de un frío invierno que no acompaña mucho al sentimiento que ahora ya siento, que pinto bajo colores fluorescentes un mural enorme expresando lo que pienso. Un suspiro despacito, una mueca, un beso tardío, nada más que cosas cotidianas que mis pinturas habían dejado de mostrar, una alegría flotante en cada instante, pasar del negro y los paisajes oscuros con miles de rincones perfecto para ser blanco de cualquier embelesamiento. El carmín rojo en mis labios, y un viejo peto desgastado que solía usar cuando en su mente se solía cocinar cualquier ideal. Lentamente me acerco a la ventana, bajo la niebla rasa, se divisa una ciudad tapada por el vivo manto del silencio temprano, un movimiento cualquiera que no este echo en vano. Las sucias manos llenas de pintura se postran en una de las ventanas marcando una pequeña forma. Poco a poco va viendo cómo su alma se engrandece, se hace potente, y aunque por dentro lleve cresta, y cadenas, siente que vuelve a vestir como una princesa. Había olvidado ya los retratos de cuentos de hadas, donde el príncipe siempre salva a su amada, y aún y teniendo una posición bastante escéptica de lo que es real y lo que no consigue rozar una nube.

Y al despertar al alba verá de nuevo su nombre en alguna morada.

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